• ¿Alguna vez has exigido con gritos a tu hijo/a “que no grite”?, ¿o le has dicho que no le hable mal a su hermano/a y acto seguido le hablas mal a tu pareja en su presencia?
  • Te has preguntado qué entiende tu hija/o cuando le pides que “se porte bien”?, ¿o si tiene sentido que le digas a un/a niño/a de 4 años: “quédate ahí tranquilo/a”?
  • ¿Alguna vez le has dicho a tu hijo/a: “lo haces así porque yo lo digo”?

Estos son algunos ejemplos de establecimiento de normas que en nuestro día a día a veces usamos y que, sin embargo, no nos traen más que problemas a la hora de conseguir lo que nos proponemos. A veces, cuando nos hablan de la necesidad de poner normas y límites, pensamos que sí que lo hacemos, pero es recomendable hacer una reflexión sobre qué tipo de normas ponemos, cuántas normas hay en la familia (conviene que sean pocas las normas fundamentales), si están bien transmitidas para que las entiendansegún su edad, y también si lo que les estamos pidiendo es coherente o no.

En primer lugar, es necesario que revisemos qué comportamiento tenemos nosotros como personas adultas, y si somos un buen modelo de referencia. Exigirles una norma o un límite que se contradice con lo que hacemos, dificulta mucho su interiorización.

Por otro lado, es importante considerar que tanto las normas como los límites van a hacer que nuestras hijas e hijos se sientan con más seguridad y protección, ya que les ayuda a saber cómo reaccionar ante una determinada circunstancia. Esto es importante que no se nos olvide, ya que muchas veces mostrarán su desagrado. Sin embargo, sabemos que a la larga, aprender a vivir con normas les va a ayudar en su convivencia en la sociedad. Las normas también nos van a ayudar a desarrollar en nuestros hijos e hijas capacidades como: la tolerancia a la frustración, el control de impulsos, y valores como la constancia y la persistencia.

La claridad en las normas también va a ser otro aspecto a tener en cuenta. Es  recomendable que se eviten expresiones como “pórtate bien” o “sé un/a niño/a bueno/a”, ya que es muy probable que tengáis opiniones muy diferentes sobre lo que significa esa expresión. Es mejor concretar y hacer la petición con claridad acerca de lo que se espera de la niña o niño.

Por último, es necesario que adaptemos la manera de establecer normas a la edad de cada menor. Cuando son pequeños, la transmisión de las normas ocurre de forma más directiva para instaurar hábitos de alimentación, higiene, relaciones interpersonales, seguridad o estudios. Después, madres y padres e hijos e hijas ejercitaremos la negociación e intentaremos favorecer la toma de conciencia sobre el por qué y el para qué de las normas.

En la etapa adolescente es muy común que cuestionen o repliquen las normas que establecemos. Para afrontar este tipo de dificultades, necesitamos mantener la calma, escuchar con atención y comprender lo que expresan. Si conseguimos empatizar con nuestro hijo o hija, es muy posible que adopte una actitud más razonable que nos permitirá resolver juntos el conflicto.

En cualquier caso, si nos vemos desbordados o vivimos en casa situaciones conflictivas con mucha frecuencia  relacionadas con el  establecimiento de normas y límites,  es conveniente que acudamos a algún profesional para que nos ayude, y así evitar que la convivencia familiar empeore.