¿Puedo cogerle el móvil a mi hijo y mirar sus mensajes y fotos si tengo indicios de que consume?, ¿si encuentro algo sospechoso en sus bolsillos, se lo digo?, ¿quedo como una “antigua” si hablo con las madres de sus amigos para saber a qué hora volvieron el viernes por la noche?, ¿hasta qué punto puedo revisar sus cajones cuando ordeno la habitación?, ¿puedo enfadarme si rechaza mi solicitud de amistad en el Facebook?, ¿tengo derecho a reprocharle su frase “en mi habitación tú no entras”?…

Estas y otras preguntas nos llegan al Servicio Telefónico de Orientación Familiar día sí día no, es la eterna duda de unos padres que no saben dónde está el límite entre “conocer qué hace mi hijo y con quién lo hace” y “fiscalizar su conducta y exigirles que nos lo cuente TODO”, y es que a veces resulta difícil “respetar su intimidad y su derecho a privacidad” al mismo tiempo que se quiere estar informado de lo que hace cuando no está con nosotros.

La palabra “control” en sí misma (y más seguida de la frase “de los hijos”) ya genera polémica; a menudo se asocia a connotaciones negativas “exceso de poder, interrogatorio de tercer grado, exigir respuestas”, etc. Pero controlar también significa saber qué les interesa a tus hijos, con quién van, qué hacen cuando están fuera de casa, qué resultados académicos tienen, llevar un horario de comidas juntos, saber qué mira en internet, tener el teléfono de su mejor amigo o saber dónde vive”… esto forma parte de la tarea de ser padre, estar conectado a él, tener un buen nivel de conversación y dialogar frecuentemente. Este tipo de control se llama CONTROL POSITIVO y se basa en el interés y respeto por sus gustos, opiniones y aficiones, a la vez que añade la obligación de fijar límites a determinadas conductas. De hecho, se ha demostrado que en las familias que “controlan” y tienen ese tipo de contacto, los hijos se sienten más seguros, están más satisfechos en la relación con sus padres y confían más en ellos.

Pero también sabemos que en la adolescencia hay una búsqueda de la propia identidad en la que el hijo busca “destetarse” o “romper el cordón umbilical” parental para buscar su independencia y autonomía, a la vez que se une al grupo de amigos y a la vida social. Hay que dejar claro que una cosa es “respetar su autonomía” (al fin y al cabo, educar significa ir dejando que de cada vez asuman más decisiones propias y más responsabilidad sobre sus actos) y otra muy diferente “dejar al adolescente a su libre albedrío”. ES NORMAL que el adolescente cuestione las normas y límites, de la misma forma en que ES NORMAL que los padres ejerzan control positivo, puesto que, como dice el saber popular “ser padre/madre, no caduca”….