Autor: Fad Juventud
19 marzo, 2018

El Barómetro sobre Juventud y Género 2017, recientemente presentado por el Centro Reina Sofía Sobre Adolescencia y Juventud, como parte de su ProyectoScopio, nos ofrece datos sobre las percepciones de las y los jóvenes españoles en relación a la desigualdades de género en nuestro país. 

Que aún existen grandes desigualdades de género en España resulta algo innegable. Que la sociedad en su conjunto es consciente de ello, también. Que estructural y culturalmente vivimos y nos relacionamos en un sistema que todavía peca de actitudes machistas, y que en muchos aspectos discrimina a las mujeres, es algo que pocas personas se atreverían a negar. Y que la pervivencia en el tiempo de este escenario de desigualdades significa que aún queda mucho trabajo por hacer deviene en conclusión que, siendo obvia, no conviene dejar de recordar. Los y las jóvenes, como parte de la sociedad, son conscientes de muchas de estas discriminaciones por género. En bastantes ocasiones alzan la voz contra ello, pero también reproducen los comportamientos machistas y discriminatorios que tienden a perpetuar el modelo.

El Barómetro sobre Juventud y Género 2017, recientemente presentado por el Centro Reina Sofía Sobre Adolescencia y Juventud, como parte de su ProyectoScopio, nos ofrece datos sobre las percepciones de las y los jóvenes españoles en relación a la desigualdades de género en nuestro país. En primer lugar, destaca que el 56% de las personas de 15 a 29 años considera que tales desigualdades son “grandes o muy grandes”, lo cual supone un aumento del 3% en relación a los datos que ofrecía el CIS en 2013 (para la misma franja de edad) [1] . Ligerísimo aumento que es difícil saber si se debe a que existe una mayor concienciación en relación a las desigualdades de género, o a que se percibe que estas han aumentado. En cualquier caso, tendencia que básicamente se mantiene (a pesar de que socialmente tendemos a considerar que avanzamos en el buen camino), y que nos indica que la mayoría de jóvenes aprecia ese tipo de desigualdades en un grado importante. En torno al 13% señala que estas desigualdades son “pequeñas, muy pequeñas, o no existen”.

Sin embargo, el dato resulta muy superior al obtenido tan solo dos años antes, en este caso para población de 14 a 19 años: el 34% señalaba percibir desigualdades de género “grandes o muy grandes” en la población general, y el 14% entre los y las jóvenes (Rodríguez y Megías, 2015: 133). Resultados que no pueden ser comparados de manera directa por las diferencias de edad de ambas muestras, toda vez que en el tramo de 20 a 29 años (que no considera la encuesta de 2015) se adquiere una experiencia vital y un grado de madurez que puede propiciar una perspectiva distinta sobre muchas cosas; pero que apunta que, cuando menos, la percepción general entre las y los jóvenes sobre las desigualdades no sólo no desciende, sino que aumenta.

A partir de esta apreciación general, resulta revelador observar cómo varían estas consideraciones si tomamos las respuestas de mujeres y hombres por separado. Así, prácticamente el 67% de las mujeres considera que las desigualdades de género en España son “grandes o muy grandes”, por un 46% de los hombres que considera lo mismo. Es decir, veintiún puntos de diferencia, además de que son menos de la mitad de los chicos quienes consideran que existe esa discriminación en un grado destacado. Un reseñable 18,5% de los hombres afirma que las diferencias son “pequeñas, muy pequeñas, o no existen”, por un 7% de mujeres que señala lo mismo. (Gráfico 1)

Pues bien, si se pregunta por la percepción de las desigualdades de género no en la sociedad española en su conjunto, sino en la población joven específicamente, el porcentaje de quienes consideran que estas son “grandes o muy grandes” desciende hasta el 45% (once puntos menos que en relación a la población general), por casi un 20% de jóvenes que creen que son “pequeñas, muy pequeñas, o no existen”. De nuevo, las diferencias entre mujeres y hombres son notables: casi el 54% de las mujeres percibe que esas desigualdades entre los y las jóvenes son muy destacables (doce puntos menos que en relación a la población general), por un 36,5% de los hombres, que además manifiestan en un 28% que las desigualdades son “pequeñas, muy pequeñas, o no existen”. (Gráfico 2)

La existencia de esa diferencia entre lo que los y las jóvenes consideran que es la realidad de las desigualdades de género en el conjunto de la sociedad española, y la que se circunscribe a la población juvenil, no ofrece una lectura tan plana como pudiera parecer. En una primera y directa interpretación, se puede entender que las y los jóvenes observan menores situaciones y circunstancias de discriminación por género entre sus pares y semejantes, que serían más conscientes que anteriores generaciones de la necesidad de avanzar en la igualdad de género, y no caerían en actitudes tan machistas como las que pueden protagonizar quienes serían sus padres y madres, por ejemplo. Común argumento desde los discursos, que puede denotar auténticos ejercicios de mayor concienciación e igualdad, de aprender lecciones de errores pasados, y de alzar la voz y luchar por un cambio real en lo que a cuestiones de género se refiere. Pero argumento que también esconde cierta tendencia a proyectar sobre otros y otras (las generaciones anteriores) la peor imagen de las desigualdades y del machismo, pasando por alto la manera en que ellos y ellas tienden a reproducir modelos de desigualdad muchas veces no tan evidentes o explícitos. Porque resulta sencillo cargar el muerto de la culpa a las generaciones que han perpetuado las desigualdades a partir de su aparente pasividad (“el machismo es cosa de gente mayor, que es quien ha hecho que la sociedad sea así”). Porque percibir que son el último eslabón de la maquinaria de transmisión de educación, cultura y valores, sirve como coartada justificatoria (“me han educado así, yo qué le voy a hacer”). Y porque siempre cuesta y resulta descorazonador reconocer que algunos modelos que perpetúan determinadas desigualdades siguen teniendo reflejo entre quienes socialmente suelen ser señalados (también como un ejercicio de cínico escurrir el bulto por parte de la población adulta) como las personas que sacarán las castañas del fuego y procurarán un horizonte de igualdad (“la juventud es el futuro, ellos y ellas tienen que propiciar el cambio”) [2].

Por otro lado, buena parte de los elementos que en el imaginario colectivo ejemplifican las desigualdades de género (dificultad de acceso al trabajo, salarios, acceso a puestos de responsabilidad) componen un universo que las y los jóvenes aún vislumbran en el horizonte y que, por tanto, es posible que no perciban como propio, ni consideren en tanta medida a la hora de valorar la realidad de las desigualdades de género en España. Así, en el Barómetro sobre Juventud y Género se comprueba como los aspectos respecto a los cuales las y los jóvenes señalan que la situación de las mujeres respecto a los hombres es “muchísimo peor”, “mucho peor” o “algo peor” (categorías agrupadas), son “los salarios” (el 65% así lo manifiesta), el “acceso a puestos de responsabilidad en la vida política” (57,8%), el “acceso a puestos de responsabilidad en las empresas” (57,2%), en “el trato igualitario y justo en redes sociales” (53,8%), en “ganar dinero” (51,7%) y en “las oportunidades para encontrar un empleo” (45,15%) [3]. En definitiva, y con la excepción del trato igualitario y justo en redes sociales (no es casual la aparición en un puesto tan alto de cuestiones relativas a las redes sociales, que definen y determinan de forma esencial buena parte de la manera en que se relacionan y comunican), cuestiones que tienen lugar en ese horizonte laboral que quizás aún vislumbran lejos.

Si bien hombres y mujeres coinciden a la hora de establecer este deshonroso ranking (con la única diferencia de que las mujeres sitúan las “posibilidades de compaginar la vida laboral y familiar” por encima de las “oportunidades para encontrar un empleo”), resulta significativo que, para todas las situaciones de posible desigualdad propuestas, salvo “separarse, romper con la pareja si quiere hacerlo” (32,6%) y la “facilidad o dificultad para mantener relaciones sexuales, si se quisiera” (20,5%), las mujeres señalan que su situación es peor que la de los hombres, en muchas circunstancias mucho peor, en proporciones superiores al 50%; en los tres primeros casos por encima del 68%, y en el caso de los salarios llegando incluso al 75%.

Esto, cuando son los hombres quienes responden, es bien distinto. Sólo respecto a los salarios, más de la mitad de ellos se muestra de acuerdo con que la situación de las mujeres es peor (56,3%); pero para el resto de opciones propuestas, las percepciones que inciden en que la situación de la mujer es desfavorable son minoritarias (sin dejar de ser destacadas en muchos casos). Gran brecha, por tanto, entre las percepciones en este sentido de mujeres y hombres; entre quienes sufren tales discriminaciones y quienes no. (Gráficos 3 y 4)

Resulta imprescindible fijar la atención en el tipo de desigualdades que tienen lugar en el ámbito laboral (acceso al trabajo, salario, promoción, acceso a puestos de responsabilidad, formación, despido, compatibilización del trabajo y la familia, etc.), entre otras cosas porque responden a circunstancias que están, deben estar o pueden estar reguladas, que tienen que ver con derechos del conjunto de la población, y que, en última instancia, dependen de la voluntad y profesionalidad de quien legisla, quien regula, quien contrata y quien controla. En este sentido, casi el 24% de las mujeres de 15 a 29 años se ha sentido discriminada en el ámbito laboral (cuando buena parte de la muestra consultada aún no han encarado la tarea de buscar trabajo).

Pero debajo de ese tipo de discriminación en el ámbito laboral, que parece evidente y queda expuesto de forma tan clara ante el conjunto de la sociedad, existen otros tipos de discriminaciones cotidianas, en ocasiones no tan palpables, y que incluso pueden quedar diluidas y poco reconocibles entre costumbres, asunciones y referentes culturales interiorizados y sobre los que raramente se reflexiona, pero que sirven para perpetuar las diferencias y marginaciones por género. El 24% de las mujeres jóvenes se ha sentido discriminada “en la calle, en el trato con la gente” (unas décimas más que en el ámbito laboral), casi el 22% en redes sociales, el 18% “en las tiendas, locales de ocio, bares, otros servicios privados o particulares”, un 15% “en la propia familia”, un 7,2% “en el trato con la policía” (única opción en la que los hombres se sienten más discriminados que las mujeres, y sólo por unas décimas de diferencia), un 8,2% en el “acceso a servicios públicos (educación, sanidad, ayudas sociales, medios de transporte…), un 3,7% en el acceso a la vivienda, y un 3,3% “en todos los ámbitos”. Cabe decir que casi un 47% señala no haber sentido discriminación en ningún ámbito, proporción que es muy inferior a la de los hombres que manifiestan lo mismo, que son gran mayoría (70%). En cualquier caso, no puede dejar de resultar reseñable que más de la mitad de mujeres se hayan sentido discriminadas en algún ámbito. (Gráfico 5)


El Barómetro a cuyos datos se hace referencia, especifica algunas diferencias significativas a la hora de manifestar este tipo de discriminaciones, según variables de clasificación. Así, como resulta lógico y se apuntaba, las discriminaciones en el ámbito laboral son más señaladas entre las mujeres mayores de 25 años que trabajan, y además entre aquéllas de clase baja y media-baja. Pero cabe mencionar diferencias significativas en dos ámbitos de discriminación cotidiana. La percibida “en el trato con la gente, en la calle” es más manifestada entre mujeres menores de 25 años, de clase media, y en paro. Por otro lado, la discriminación sufrida en “tiendas, locales de ocio y bares”, es señalada en mayor proporción por mujeres mayores de 25 años, de clase alta y media-alta, y tanto en paro como con estudios universitarios. Percepción de discriminación cotidiana en ámbitos distintos, y por mujeres de condiciones socioeconómicas distintas. Por tanto, discriminaciones por género que calan y se perciben desde muy diversos niveles de nuestra sociedad.

Para las y los jóvenes, los ámbitos es los que consideran que se respeta menos la igualdad de género son los siguientes, por orden: entornos laborales (49,6%), internet y las redes sociales (35,8%), las instituciones y organismos de poder (25,9%), el colegio/el instituto (25%), la familia (17,3%), los medios de comunicación (14,5%), y la universidad (6,5%). Pero existen diferencias interesantes si se consideran las respuestas según sexo. Ellas consideran en mucha mayor medida las desigualdades percibidas en los entornos laborales (57,5%, por un 42% entre los hombres) y en las instituciones y organismos de poder (32,5%, por 19,6% de ellos); mientras, los hombres señalan en mayor proporción las desigualdades en internet y las redes sociales (39,6%, por 31,8% de las mujeres), el colegio o el instituto (29,3%, por 20,7% entre ellas), y, de forma más ligera, la universidad (8% por 5%), y la familia (18,1%, por 16,5% de ellas). Es decir, que mientras ellas perciben desigualdades, en mucha mayor proporción y de manera rotunda (la diferencia respecto a los chicos es muy notable porcentualmente) en esos ámbitos que podríamos denominar como más reglados (entornos laborales, instituciones y organismos de poder), ellos lo hacen en entornos más cotidianos y en los que el control y la vigilancia resulta mucho más complicada (internet y las redes sociales, el entorno escolar). (Gráfico 6)

Datos como los anteriores pueden generar interrogantes sobre el sentido que hombres y mujeres conceden a la pregunta de si no se respeta la igualdad de género en determinados ámbitos (cuándo ellos dicen que no se respeta en el entorno escolar, ¿lo señalan porque las mujeres son discriminadas respecto a los hombres, o al revés?). O quizás pueden arrojar dudas sobre si la manera en que determinadas cuestiones pertenecientes a esos ámbitos más reglados, como el laboral, el de la empresa y las instituciones de poder, capitalizan buena parte del imaginario colectivo en relación a las desigualdades de género. Cuestiones esenciales, clave, y cuyo abordaje no se puede aplazar; pero que a la vez pueden provocar que algunas discriminaciones más cotidianas e imbricadas en la cultura pasen algo más desapercibidas, incluso por las propias mujeres.

Uno de esos ámbitos, especialmente relevante por cuanto se constituye en la base sobre la que se generan y asientan los valores y principios, es la familia. Ámbito en el que ellos perciben en mayor medida que no se respeta la igualdad de género (no llega a dos puntos la diferencia, pero resulta interesante el hecho en sí mismo). Esto, pese a que dos años antes (Rodríguez y Megías, 2015: 144), las mujeres de 14 a 19 años señalaban en mucha mayor proporción que los hombres de su edad que el trato a las chicas frente a los chicos era “peor o mucho peor” en relación al reparto de las tareas domésticas en casa (un 64% así lo consideraba, por un 47% de los hombres), y del cumplimiento de horarios en casa (61%, 23 puntos por encima de ellos).

No resulta sencillo interpretar las aparentes diferencias en las tendencias de ambas encuestas. Es posible que la franja de edad considerada tenga bastante influencia, toda vez que las mujeres menores parecen tener horarios más restrictivos de vuelta a casa en relación a los hijos varones. En cualquier caso, y a pesar de que a medida que aumenta la edad esa diferencia puede ser menor, no parece probable que cambie la percepción de conjunto de las mujeres en relación la existencia de ese tipo de discriminación de género en el seno de la familia. Otra cosa es que en el imaginario colectivo ese tipo de discriminaciones encuentren acomodo o justificación argumental en base a lo que se entienden son diferentes riesgos y peligros según seas chico o chica, y a la asunción de que un sexo requiere de mayor protección que otro, en base a determinadas interpretaciones de lo femenino y lo masculino. De tal modo que algunas percepciones basadas en perspectivas no tan igualitarias pueden ocultar algunas dosis de discriminación.

Desde la teoría, la mayoría de jóvenes (ya sean hombres o mujeres) defienden que el trabajo doméstico o el cuidado a personas dependientes en el hogar es cosa de ambos sexos: así lo manifiesta el 92% de las mujeres y el 87% de los hombres. A pesar de lo cual el 9,8% de los hombres y el 7,4% de las mujeres afirma que deberían encargarse “mayoritariamente o sólo” las mujeres. Son los jóvenes varones de 20 a 24 años, de clase alta y media alta, quienes defienden en mayor medida este planteamiento discriminatorio respecto a la mujer.

Pero existen otras cuestiones relativas a la familia y los modelos familiares que denotan actitudes machistas o discriminatorias, más allá de cosas evidentes como el reparto de tareas o los horarios de vuelta a casa. Por ejemplo, la manera en que se pone en relación la familia con la incorporación de la mujer al mercado laboral, y las percepciones en torno a la conciliación de vida laboral y vida familiar (hablamos de percepciones porque las dificultades objetivas de conciliación, y las discriminaciones asociadas, son más evidentes): el 31% de las mujeres y el 28% de los hombres considera que “cuando una mujer tiene un trabajo de tiempo completo, la vida familiar se resiente”, porcentajes que son del 25% para las mujeres y del 24% para los hombres cuando se considera que es el hombre quien tiene un trabajo de tiempo completo; un 19% de mujeres y un 24% de hombres está de acuerdo con que “trabajar está bien, pero lo que la mayoría de mujeres quiere es crear un hogar y tener hijos”; en torno al 12% de las mujeres y al 15% de los hombres considera que la relación de un padre o una madre que trabajan (no se establece excesiva diferencia entre géneros) puede ser menos “cálida y estable” que la de un padre o una madre que no trabajen; el 36% de las mujeres y el 40% de los hombres está de acuerdo con que “ser ama de casa es tan gratificante como trabajar por un salario” [4] (Gráficos 7 y 8)

Cabe destacar que son los hombres que trabajan quienes, en mayor medida, están de acuerdo con que “trabajar está bien, pero lo que la mayoría de mujeres quiere es crear un hogar y tener hijos”, y con que “ser ama de casa es tan gratificante como trabajar por un salario”. Por otro lado, las mujeres universitarias y residentes en grandes ciudades, señalan mayor acuerdo que el resto en relación a que “una madre o un padre que trabajan fuera de casa pueden tener con sus hijos una relación tan cálida y estable como la de quienes no trabajan”.

Todas las posiciones señaladas giran en torno a una manera muy determinada de entender la maternidad, las aspiraciones femeninas en relación a la familia, y la forma en que se relacionan trabajo y familia, sobre todo si es la mujer quien trabaja. Posiciones que esconden planteamientos discriminatorios respecto a la mujer, y que se manifiestan de forma minoritaria si consideramos al total de la muestra, pero que no dejan de representar proporciones importantes de jóvenes, que oscilan entre un 20% y un tercio del total.

Cotidianamente asistimos a situaciones que pueden suponer ejercicios de sexismo o discriminación por género. Algunas incluso pasan inadvertidas, y a otras muchas no se concede especial importancia. La manera en que se consideran más o menos admisibles puede arrojar luz sobre el talante de la sociedad (en este caso, de las y los jóvenes) en términos de igualdad de género. Atendiendo al conjunto de los chicos y chicas de 15 a 29 años, los ámbitos en los que se considera más inadmisible el sexismo y la discriminación por género son [5]: “los piropos por la calle” (27,6%), “que los cambiadores de pañales estén en el baño de mujeres” (20%), “estando en grupo, que se tenga más en cuenta la opinión de los hombres” (19,6%), “que sea el hombre quien tenga que invitar” (19,4%), “que atribuyan las conductas violentas antes a los hombres que a las mujeres” (17,8%), “diferencias en los uniformes laborales (15,6%), y “la separación o distinción de colores entre niños y niñas” (15,1%). Es decir, que las tres cuestiones que se consideran más inadmisibles se refieren a situaciones en las que la mujer queda claramente expuesta a posiciones machistas; la tercera y la cuarta son circunstancias en las que el estereotipo masculino puede suponer una rémora; y la quinta y la sexta son consecuencias de un reparto de roles por género basado en posicionamientos sexistas. (Gráfico 9)

En un segundo escalón, entre el 11% y el 13% de menciones, estarían “los juguetes diferenciados para niños y niñas”, “en bares, poner la bebida alcohólica al hombre y la no alcohólica a la mujer”, “que se valore de forma distinta la ropa que lleva un chico que una chica”, “el lenguaje no inclusivo” y “que genere extrañeza una mujer adulta sin hijos/as”. Para el 23% de los y las jóvenes todas estas circunstancias resultan inadmisibles, mientras que para casi el 5% no resulta relevante ninguna de ellas.

Existen algunas diferencias importantes por sexo en estas valoraciones. La más destacable es que mientras que el 32,5% de las mujeres señala que “todos los ámbitos me resultan inadmisibles”, sólo el 14,1% de los hombres eligen tal opción. Es decir, más del doble de mujeres. Además, los cruces significativos por algunas variables indican que son las mujeres más jóvenes (15-19 años) quienes más señalan esta opción, y también quienes están en una clase social baja o media-baja.

A partir de ahí, es interesante comprobar cómo son ellos quienes señalan en mayor proporción que ellas buena parte de las opciones, teniendo el resto niveles de respuesta muy similares, y sin mayores diferencias destacables por parte de las mujeres (sólo destacan ligeramente al señalar la “distinción de colores entre niños y niñas”). Esta circunstancia seguramente encuentra explicación, precisamente, en la gran diferencia que hay a favor de las mujeres en la opción señalada (“todas me resultan inadmisibles”), que incluye a todo el resto de opciones y que concentra mucho más su posición ante el sexismo (y recordemos que la pregunta pedía elegir las tres cuestiones consideradas más inadmisibles).

Ellos señalan en mayor medida que ellas “que sea el hombre quien tenga que invitar” (26,8% por 11,8%), “que se atribuyan las conductas violentas antes a los hombres que a las mujeres” (22,5%, casi diez puntos por encima), “en bares, poner la bebida alcohólica al hombre y no alcohólica a la mujer” (16,1% por 9,9% de ellas), “los piropos por la calle” (30,2% por 24,8%), y “el lenguaje no inclusivo” (14,2% por 9%). Opciones que destacan los hombres que, fundamentalmente, señalan las circunstancias en las que ellos resultan desfavorecidos, quedando un tanto desdibujada su postura a la hora de señalar las discriminaciones de género. Mientras ellas parecen entender la discriminación por género más como un todo, como una lacra que empapa muy diversos ámbitos, ellos centran más su atención en circunstancias concretas, buena parte de las cuales les afectan directamente (y no tanto a las mujeres).

De una u otra forma, todas ellas son situaciones en las que a veces no se repara, muchas de las cuales están tan ancladas en las costumbres que pasan desapercibidas desde la óptica de la igualdad, la única óptica posible en una sociedad justa. Situaciones sobre las que también hay que centrar el foco de atención, porque también cambiando pequeños hábitos se consiguen grandes logros; y porque remover conciencias debe ir acompañado de actuaciones en consecuencia.

NOTAS:

[1] “Percepción social de la violencia de género por la adolescencia y la juventud”, CIS 2992/0-0, JUNO 2013. En esta investigación se habla de las “desigualdades entre hombres y mujeres en nuestro país” en términos de “bastante grandes o muy grandes”.

[2] Para acercarse a estos discursos de género entre los y las jóvenes se puede acudir al capítulo 6.5 de la investigación “¿Fuerte como papá? ¿Sensible como mamá? Identidades de género en la adolescencia” (Rodríguez y Megías, CRS/FAD, 2015).

[3] Dos años antes, los y las jóvenes de 14 a 19 años también ponían en cabeza de esas desigualdades, por este orden, a los salarios, el acceso a puesto de responsabilidad en empresas, y las oportunidades laborales (Rodríguez y Megías, 2015: 139).

[4]  En Rodríguez y Megías (2015: 147) se señalaba, para la muestra 14-19 años, que el 38% de las chicas y 39% de los chicos estaba “bastante o muy de acuerdo” con que “ser ama de casa es igual de gratificante que trabajar por un salario”, y que el 26% de ellas y el 20% de ellos lo estaba con que “si la mujer trabaja fuera, peor vida familiar”.

[5] La pregunta pedía señalar, de una batería dada, las tres opciones que se consideraban más inadmisibles. Es decir, que los porcentajes señalan el total de menciones, no la valoración de cada circunstancia.